Casi en paralelo al desarrollo de la cumbre de París, donde se negocia la naturaleza y sustancia de un acuerdo dirigido a consolidar el régimen climático internacional, en la Argentina se consuma aceleradamente la transición gubernamental luego de doce años de gestión del Kirchnerismo.
En el plano internacional, la cumbre de París concita la atención de los medios de comunicación por la visibilidad de la cuestión climática y por la presencia masiva de jefes de Estado y de gobierno, más de 150, que participaron del inicio de la cumbre. Esa participación revela a la vez la importancia del tema en la agenda política internacional y la urgencia por encontrar marcos regulatorios que protejan el sistema atmosférico y den señales evidentes a los actores sociales y económicos del fin de la era de los combustibles fósiles.
El logro de un acuerdo en París no es ciertamente una tarea sencilla. No lo es por la complejidad de las cuestiones que deben resolverse ni por las implicancias que un acuerdo climático habrá de tener.
Aún un acuerdo de baja intensidad como el que es posible anticipar, producirá transformaciones radicales en los sistemas energéticos globales y en ese proceso habrá ganadores y perdedores entre los principales actores energéticos a escala global
En efecto, aún un acuerdo de baja intensidad como el que es posible anticipar, producirá transformaciones radicales en los sistemas energéticos globales y en ese proceso habrá ganadores y perdedores entre los principales actores energéticos a escala global. La sola idea de que más del 80 por ciento de las reservas globales de combustibles fósiles deberán quedar sin utilizarse provocará un impacto dramático en el valor de los activos empresarios en esa industria. Los cambios alcanzarán, inevitablemente, al transporte, a la industria en general y a la agricultura, por lo que será precisa una cuidadosa preparación para esta transición orientada al largo plazo y a una profunda descarbonización de la economía.
Al mismo tiempo, los efectos adversos del cambio climático pondrán en riesgo el capital instalado de empresas en todos los sectores económicos, expandiéndose sus efectos a las carteras de bancos y compañías de seguro. Sin un acuerdo, además, aumentarán los impactos del cambio climático, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, la salud y la vida de los habitantes del planeta, acelerándose la degradación de los ecosistemas e incrementándose los riesgos para su supervivencia.
Después de varios años de laboriosas negociaciones con el mandato de alcanzar un acuerdo, ha llegado el momento de lograrlo. Es cierto que subsisten diferencias importantes en aspectos clave: si el acuerdo será o no vinculante; de qué manera las contribuciones previstas por los países serán incorporadas en el acuerdo; cómo y cada cuánto tiempo se revisarán esas contribuciones con el objeto de aumentar la ambición, si se quiere lograr un nivel de reducciones tal que permita mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 2 grados centígrados; cómo se asegurará el financiamiento para la mitigación y la adaptación; de qué manera se inscribirá la cuestión de las pérdidas y daños y sus implicancias institucionales y legales, entre otras cuestiones relevantes. Esas diferencias se hacen visibles en la discusión sobre el texto del acuerdo que está siendo discutido en estas horas.
Sin un acuerdo, aumentarán los impactos del cambio climático, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, la salud y la vida de los habitantes del planeta, acelerándose la degradación de los ecosistemas e incrementándose los riesgos para su supervivencia
En tanto, en la Argentina, la década larga del gobierno que finaliza acostumbró a los argentinos a un paulatino aislamiento internacional, a una cerrazón ideológica que centro la consideración de los asuntos de estado exclusivamente en el plano doméstico, salvo cuando se tratara de encontrar responsables a las consecuencias de los crecientes déficits de gestión y de las turbulencias económicas, cada vez mas acentuadas por la impericia de los responsables de las políticas macroeconómicas por unos días aún en curso.
Escapa a esta breve nota analizar las razones por las que la Argentina fue aislándose, a excepción de aquellos vínculos comerciales y relaciones con algunos países que no se destacan por sus tradiciones democráticas ni por su voluntad de dialogo internacional.
En materia de cambio climático, por ejemplo, en los últimos años la Argentina definió sus posiciones de negociación alineándose con un grupo de países que tendieron a obstruir de manera casi sistemática la construcción de consensos y a demorar el proceso conducente a acuerdos estables.
Ese posicionamiento internacional de la Argentina, reacio a construir acuerdos y a contribuir a los esfuerzos para enfrentar el cambio climático, puramente retorico y vacío de acción, ha conducido a la pérdida creciente de oportunidades de cooperación tanto en materia de mitigación como de adaptación, reducido el acceso al financiamiento climático y al fortalecimiento de capacidades.
Sin embargo, en lo que importa, esa etapa está terminada.
Es preciso ahora abrir una nueva fase, definiendo una política climática nacional congruente con los objetivos estratégicos de nuestro país, abierta al mundo, propositiva, confiada en las capacidades humanas y recursos materiales de la Argentina para competir en los mercados internacionales, y que recupere criterios de eficiencia ambiental y económica, a la vez que permita asegurar que los cambios en las condiciones mundiales no provocaran efectos desfavorables en la distribución del ingresos y el empleo, que ya están severamente afectados por una década de malas políticas.
Las muy elevadas emisiones per cápita de gases de efecto invernadero que hoy tiene la Argentina no permiten evitar la puesta en vigor de acciones robustas para reducirlas
Para ello es imprescindible que la Argentina comunique con claridad al resto del mundo del cambio de rumbo que se propone llevar adelante en política climática, redefina sus alianzas estratégicas y este dispuesta a hacer los esfuerzos que hagan falta.
Las muy elevadas emisiones per cápita de gases de efecto invernadero que hoy tiene la Argentina no permiten evitar la puesta en vigor de acciones robustas para reducirlas.
Debe entenderse que esos esfuerzos le harán posible al país ubicarse como un actor destacado en la provisión, entre otros bienes, de energía limpia, alimentos, e innovación en sistemas productivos, al tiempo que reduce su huella de carbono mediante intensos programas a gran escala de forestación y combate contra la deforestación y degradación de los bosques.
La oportunidad es extraordinaria: como en otras etapas de la vida nacional, la Argentina debe expandir su frontera de posibilidades y abrirse al mundo, esta vez necesita reocupar su territorio, poblándolo de iniciativas que permitan a sus ciudadanos una vida digna y aseguren para las generaciones futuras iguales condiciones de prosperidad y desarrollo sostenido en el tiempo.
Fotografía: Storm ending. Sunset coming, por Lisandro M. Enrique, Flickr, 2008 (licencia CC BY-NC-ND 2.0).
