Entre las principales conclusiones de un reporte encomendado en 2017 a la Organización Mundial de la Salud (OMS),[1] precisamente sobre Salud y Cambio Climático, se destaca aquella que confirma que los impulsores del cambio climático, principalmente el uso de combustibles fósiles, resultan también en una carga de enfermedad considerable y tienen una influencia importante en la ocurrencia de las aproximadamente 7 millones de muertes anuales ocasionadas por la contaminación aérea. Asimismo, el informe concluye que un número significativo de las acciones necesarias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, acciones que mejoran la salud y aumentan la resiliencia, se despliegan primariamente a nivel subnacional, especialmente en las ciudades.
Durante la COP 23, su presidente, el Primer Ministro de Fiyi, Frank Bainimarama, encargó a la Organización Mundial de la Salud, un estudio sobre los vínculos entre cambio climático y salud, para que fuera considerado durante la COP 24. El estudio dado a publicidad hace un par de días también indaga acerca de las iniciativas que la comunidad de la salud pública está desarrollando -a nivel nacional, regional y global-, para apoyar y expandir las acciones orientadas a impulsar la implementación del Acuerdo de París; esas acciones deberían también hacer posible una sociedad mas saludable y, a la vez, mas sostenible. El estudio contiene, asimismo, unas recomendaciones para los tomadores de decisión y para los negociadores que están destinadas a maximizar los beneficios en salud que resultan de hacer frente al cambio climático y de evitar los peores impactos sobre la salud de este desafío global.
El estudio afirma, por cierto, que el Acuerdo de París es el más robusto acuerdo sobre salud alcanzado en este siglo. Debe recordarse que el Acuerdo hace referencia al derecho a la salud; ese derecho podría verse debilitado si predominara la inacción en materia de mitigación, pues el cambio climático impacta sensiblemente sobre los determinantes sociales y ambientales de la salud, al afectar el acceso al aire limpio, al agua segura para el consumo humano, al alimento suficiente así como a la vivienda segura; la ausencia de estas condiciones o, incluso simplemente su insuficiencia, empeoran las circunstancias de las comunidades mas pobres y vulnerables, por ejemplo en los países insulares en desarrollo, y profundizan las desigualdades en la salud entre regiones, e incluso entre grupos sociales de un mismo país.
Los autores del estudio comienzan por señalar que la severidad de los impactos del cambio climático sobre la salud están cada vez mas claros y que aquél constituye el mayor desafío para la humanidad en el siglo XXI, pues amenaza todas las dimensiones relevantes de las sociedades en las que vivimos, por lo que, la persistencia de la demora en la acción dirigida a hacer frente a este desafío, aumenta el riesgo para la vida humana y para la salud. Este aserto refiere también a la congruencia entre la escala de la acción que se emprende y la escala de las acciones de mitigación que es necesario poner en vigor para enfrentar eficazmente la génesis del problema.
Si los compromisos asumidos por los países como parte del Acuerdo de París, que han sido expresados mediante sus contribuciones nacionalmente determinadas, se cumplen, podrían salvarse hacia mediados de este siglo millones de vidas humanas, a través de la reducción de la contaminación del aire. Unas metas de mitigación más exigentes podrían resultar, incluso, en mayores beneficios en la salud.
Para lograrlo, es preciso identificar las oportunidades existentes de sinergias entre salud y mitigación del cambio climático, afirma la OMS, y aprovecharlas a pleno, especialmente, en sectores como el transporte, la vivienda, los sistemas alimentarios y la energía. Aprovechar esas oportunidades conduciría a atenuar la carga de las enfermedades no transmisibles (NCD, por sus siglas en inglés).
El estudio confirma que los impactos del cambio climático podrían ser significativamente morigerados mediante intervenciones ya probadas que permiten tener sistemas de salud resilientes. Entre estas intervenciones pueden mencionarse, indica la OMS, la creación o el reforzamiento de una infraestructura de salud resiliente, y de sistemas que son determinantes para la salud, como los sistemas de agua, saneamiento, y de alimentos y los sistemas de gestión de riesgos de desastres.
No obstante, el estudio destaca que actualmente solo el 3% de los recursos en salud están dedicados a la prevención y solo el 0.5% de la financiación climática multilateral ha sido asignada a proyectos de salud. En este sentido, no se trata solo de la insuficiente disponibilidad de recursos del financiamiento climático sino, además, de una asignación de fondos a estos proyectos que no es consistente con la importancia que tienen, incluso desde la perspectiva de la costo-eficacia de las intervenciones en salud.
Finalmente, un hallazgo clave del estudio, es que si se ponderan la importancia de las acciones climáticas desde la perspectiva del análisis costo-beneficio, se observa que, según las estimaciones de los expertos,[2] el valor de las ganancias en salud que generaría la acción climático casi duplicaría el costo de las medidas de mitigación a escala global y el ratio costo-beneficio es aun mas elevado cuando el análisis se lleva cabo en países como China y la India.
[1] World Health Organisation (WHO) (2018). COP 24 Special Report / Health and Climate Change
[2] Haines, A., McMichael, A.J., Smith, K.R. et al. (2009) Public health benefits of strategies to reduce greenhouse-gas emissions: overview and implications for policy makers. Lancet. 2009; 374: 2104-2114
Crédito de la imagen: Alejandro Gómez, Flickr. CC BY-SA 2.0.